Corría el año 2010, Juan Manuel Santos iniciaba su primer mandato en la presidencia de Colombia y Samuel Moreno, alcalde de Bogotá, se defendía de las acusaciones por las irregularidades en la contratación de obras en la capital. Bajo ese típico contexto caótico de nuestra amada ciudad, yo, me acercaba a mitad de carrera, escuchaba heavy en español casi todos los días y gastaba el dinero de mis trabajos de medio tiempo en conciertos del mismo género. Por aquel entonces mis tiempos en casa los usaba para hacer trabajos y jugar en la consola más vendida de todos los tiempos, mi PlayStation 2, pues aún faltaban unos pocos años para que hiciera el salto generacional. De igual manera, recuerdo con tristeza esa llamada de media noche, esas que solo pueden traer malas noticias: — Alejo, su papá está muy mal, le acaba de dar otro ataque— decía mi tía desde el otro lado de la línea, refiriéndose realmente a mi abuelo, que por cuestiones de crianza siempre será mi padre.

Así bien, tuve la fortuna de ser el único nieto con quien se sentó en el piso a enseñarle a jugar canicas, con quien pasaba sus domingos jugando damas chinas o dominó, a quien con paciencia instruyó en el arte del trompo y la malicia con la que se debe jugar Tío Rico Mc Pato (el Monopoly de edición colombiana). Era común que pasara sus días caminando por la casa, cantando tangos, zambas y boleros (con una voz que lo hubiera llevado al estrellato), arreglando desperfectos en la vivienda y armando casitas de madera para sus codornices, pues no había nadie en el mundo que cuidara mejor las codornices que mi papá. Como muchos abuelos, fue padre de muchos hijos y siempre estuvo orgulloso de brindarles a todos su ayuda incondicional. También era conocido en el barrio como un hombre amable, que solía ayudar a las personas que lo necesitaran.
Entonces, la noche en que mi padre murió, como diría Ray Bradbury, me di cuenta que no lloraba por él, sino por las cosas que hacía, porque ya nunca volvería a hacerlas; ya no habría quien cantara tangos con su voz de barítono, ya nadie arreglaría como él los desperfectos de la vivienda, ni se construirían casas para las aves. Esa noche lloraba porque de repente todo lo que él hacía se vio interrumpido y no habría nadie en el mundo que hiciera las cosas como él. Por tal razón, la noche en que mi padre murió, “el mundo sufrió la pérdida de diez millones de buenas acciones”.
Me refugié en la música y en los videojuegos, buscando no pensar en la falta que me hacía, pero siempre se colaban canciones tristes, que me recordaban la fatídica madrugada en que todo ocurrió. Me portaba iracundo, con mi madre y mi familia, me obligaba a poner una sonrisa en mi cara y sentía hasta nauseas por la tristeza que nos rodeaba, creía estúpidamente que yo era el único que podía sufrir su muerte. Sin embargo, no sé si por casualidad o por algo más, en aquella época, me entretenía con Final Fantasy X, era la segunda vez que lo jugaba y la primera en que me detuve en seco por lo que acontecía; recién había llegado a la parte en que Yuna hacía el ritual de envío, para que las almas de quienes habían fallecido pudieran descansar en paz. La escena se justificaba en el hecho de que los muertos se negaban a aceptar su destino, anhelaban seguir viviendo y guardaban rencor por los vivos, esta envidia crecía hasta que se convertían en monstruos y solo a través del rito, llevado a cabo por la sacerdotisa, irían al más allá. De alguna forma, entendí que era yo quien le guardaba rencor a mi padre, por haberse ido sin despedirse, le tenía envidia porque yo seguía aquí sufriendo, era yo quien se negaba a aceptar lo que había pasado, era yo quien se había convertido en un monstruo y no lo dejaba descansar en paz.
Fue desgarrador estrellarse contra el suelo, pero liberador, sentía que el juego se había hecho justo para superar aquellos momentos, para recordar a mi padre con alegría y ser empático con el dolor que también tenía mi familia. En efecto, nunca me he sobrepuesto a su muerte y seguramente jamás lo haga, porque él transformaba nuestro mundo con su existencia, pero, de alguna manera, los videojuegos me… ayudaron a prevalecer ante la fatalidad de la muerte de mi padre, aprendí a vivir sin él y a recordarlo sin derrumbarme.
Te amaré siempre, papá.
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Calachoowie te dice, see you, space cowboy…